Es cierto que determinados rasgos de personalidad aumentan las probabilidades de desarrollar una adicción. Por ejemplo, si un individuo es tímido y vergonzoso de forma angustiosa, y una droga en particular lo hace sentirse más distendido y sociable, es muy probable que quiera usarla una y otra vez, con lo que se pondrá en marcha el proceso adictivo.
Es fácil pensar que el rasgo de personalidad en sí es lo que causa la adicción, pero en realidad el problema es mucho más profundo que eso. El malestar interior que nos hace tan vulnerables a la adicción puede estar originado en nuestro sistema de creencias. Este sistema de creencias que tenemos sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre el mundo en general, determinan en gran medida nuestra conducta.
Lamentablemente, los tipos de creencias que hacen a la persona vulnerable a la adicción están muy difundidos hoy en día. Por ejemplo, si muchas personas en una sociedad creen que la imagen es más importante que ser autentico, entonces la persona que no se ajusta a esa imagen de moda sentirá que no está a la altura de las circunstancias. Esta creencia angustiosa se puede convertir en un trampolín a la adicción.
Otras creencias adictivas generan una mentalidad proclive al arreglo rápido: una obsesión por el poder, el control y la gratificación inmediata. Esta mentalidad induce a optar siempre por el arreglo fácil, rápido y a corto plazo para cualquier problema, aun cuando no sea una buena solución, sino una forma de escape o que genere incluso más problemas en el futuro.
El sistema de creencias adictivo.
Las creencias no suelen ser del todo conscientes, es decir, no se las dice uno mismo y en voz alta, sino que pueden verse si se mira con atención, en ciertos detalles de nuestra manera de hacer las cosas.
Yo debería ser perfecto, y la perfección es posible.
En nuestra sociedad y en nosotros, se encuentra arraigada la creencia de que se puede ser perfecto, o al menos estar muy cerca de serlo. Si de verdad creemos en una idea como esta, inevitablemente fallaremos, ya que no es posible cumplir con un mandato semejante.
Esta búsqueda de perfección: el trabajo perfecto, la imagen perfecta, el cuerpo perfecto, etcétera, fomenta un gasto de energía completamente vano y configura una situación en donde la frustración está en primer plano.
Nos vemos de este modo, impulsados a perseguir la ilusión que producen los ejercicios físicos incontrolados, las compras compulsivas, la adicción al trabajo, el consumo de cocaína.
Perseguimos la ilusión aunque solo dure lo que dura la euforia de la cocaína, o del estreno de una nueva prenda de ropa o el elogio del jefe.
Yo debería ser todopoderoso.
Las personas vulnerables a las adicciones tienen también cierta idea de poder algo engañosa. Creen, íntimamente, que pueden controlarlo todo, a sí mismos y a los demás.
Esta ansia de control precipita a las personas al consumo, ya que la mayoría de las nuevas drogas generan una sensación muy marcada de control y poder.
De alguna manera, el consumo funciona en este caso para poder sostener esa ilusión de control, y de algún modo, cancelar la ansiedad o angustia que produce la sensación de pérdida de control sobre las cosas. Teniendo en cuenta que los adictos, efectivamente, han perdido el control de gran parte de su vida, la necesidad de consumo se multiplica de modo exponencial.
Esta es la paradoja de las drogas que tienen esta función, fomentan una ilusión de control cada vez mayor, mientras por el otro lado, lo que realmente producen es una caída de las posibilidades de una persona de influir sobre el destino de su vida.
Yo siempre debería conseguir lo que quiero.
Como los niños, los adictos aborrecen los límites.
Se pierden de vista completamente las consecuencias que puede traer el consumo, se deja de pensar en el futuro y solo se ve el placer que se puede obtener aquí y ahora.
Una práctica como esta, debe estar basada en la falsa creencia de que no hay límite al goce de los objetos o las sustancias.
De forma paradójica, es nuestro rechazo a los límites lo que nos empuja a una vida de búsqueda permanente de gratificaciones. No hay descanso, siempre se necesita tener un poco más, conseguir más, ser más.
En un mundo sin límites, nunca puede haber “bastante”. La creencia en lo ilimitado promueve la adicción.
La vida debería estar libre de dolor y no requerir ningún esfuerzo.
Esta creencia se encuentra en el núcleo del modo de pensar adictivo. Sin se insiste en evitar todo dolor emocional, en sentirse bien todo el tiempo, tendremos que buscar modos de evitar la realidad, de escapar de nuestro estado de ánimo.
Tiene cierta ironía el consumo, ya que a través de intentar resistirse a sentir dolor es cuanto más se sufre. Porque ¿no es acaso la adicción un modo de resistirse a sentir dolor y que sin embargo genera mucho más sufrimiento del que podrían haber causado los dolores originales?
Negarse a afrontar el dolor tiene como consecuencia una pérdida de libertad. Cada vez que surgen sentimientos penosos, buscamos automáticamente evitarlos, tomando un trago, comprando cosas, etcétera.
Yo no soy bastante.
Probablemente, ninguna otra creencia es más dolorosa y eficaz que esta para promover una adicción. Conduce a un absoluto rechazo de sí mismo y a una dura conclusión, no valgo nada y por lo tanto, no merezco ser querido.
Esto no se lo dice el adicto de manera explícita, sin embargo se deja leer en diferentes dichos y conductas. Por ejemplo, no sirvo para nada, soy malo, egoísta, tonto, etc.
Estas creencias producen una profunda inseguridad que lo llevan a intentar, por cualquier medio, compensar esa falta. Es frecuente encontrar casos de inhibición social por inseguridad, que cuando se combinan con consumo de alcohol genera una exagerada socialización, produciendo finalmente el rechazo.
Estos son algunos de los sistemas de creencias que están en la base la personalidad adictiva. En la segunda parte de este taller, veremos de qué se trata la personalidad adictiva en sí.
[1] Taller basado en el capitulo 5 del libro Querer no es poder, de Washton y Boundy. Ed. Paidós. Madrid 2011.
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