CITA son las siglas de Centro de Investigación y Tratamiento de Adicciones. Somos uno de los centros más prestigiosos en España y en Europa para el tratamiento de adicciones. Desde hace más de treinta años en CITA ayudamos a nuestros pacientes a conseguir superar sus problemas con el alcohol, la heroína o la cocaína, una de las sustancias más implantadas en España. Como centro de desintoxicación de cocaína CITA utiliza un método que combina la psicoterapia y la psicología con excelentes resultados.
Os ofrecemos un testimonio publicado originalmente en la página de CITA http://www.clinicascita.com/es/noticias/item/centro-de-desintoxicacion-cita-taller-mi-primer-dia-en-un-centro-de-tratamiento-de-adicciones.html
Han pasado los años, muchos más de los que deberían, y, con ellos, irremediablemente la vida. Se va yendo sin perdón ni compasión alguna.
Y aquí estoy, casi sin hacer ruido. ¿Cómo? Quizás habiendo hecho demasiado, me encuentro ante la encrucijada de los 45 abriles, desnuda mi alma y con voluntad espartana, dispuesto a enfrentar una lucha cuerpo a cuerpo. A lo mejor, cruenta y encarnizada contra los elementos. Sí, sí, contra todo eso que me aparta del camino injustamente, que golpea a menudo sin piedad y me tumba en el cuadrilátero del vivir…
Las drogas, las adicciones. Dios mío, qué términos más abruptos, vaya palabrejas. Pero cuánto daño, cuánto dolor y sufrimiento por entrarles al juego… Hasta ahora he conquistado altas cimas, soportado oscuras tormentas y lidiado bestias descomunales. Sin embargo, el enemigo de hoy se me presenta esta vez disfrazado de manso aterciopelado que me estira la mano en aparente franca amistad. Y yo, inocente presa, la acojo sin vacilar pensando que sus intenciones son nobles.
Ay, qué equivocado estaba. Me he pasado años con el demonio en casa dándole lo mejor de mí y los míos. ¡Qué torpeza! ¡Qué horror! ¡Qué sinrazón! Al socaire de “Yo sí puedo”, “esto no me asusta”, •tranquilo, yo controlo”, “soy casi como Dios”, a punto he estado de caer al abismo. A sus puertas, enfangado en lodos malolientes que me parecían rosas plenas de amable fragancia, me coloqué una y mil noches…
-Levántate y anda. No tientes más a la suerte. Abre los ojos. Te habla la Vida, esa que hasta ahora te ha tratado bien y te ha paseado por las alturas desde donde visionas la felicidad, la verdadera, la de siempre, la que no va y viene, la que no culebrea ni salta de vagón en vagón. Ánimo. Despierta. Vamos, hombre, engánchate a mí y ahora me iré más lenta que nunca para que me disfrutes y me complazcas y me presentes ante los tuyos como ellos se merecen. ¡Arriba, pues! ¡Sunsum corda!...
-Déjame sólo unos días, déjame que suelte lastre, que el miedo a lo desconocido y la vergüenza y el respeto humano y el cambio repentino pesan más de lo que esperaba. Déjame un instante y nos vamos. Guíame tú, que ya eres vieja y tienes experiencia de muchos años. ¡Adelante!
Ya suenan los motores, rugen con estruendo sobre la pista. Ruido, mucho ruido comparable al trajín y la vorágine que azota mi espíritu desazonado y expectante al inicio de mi viaje. El viaje de la vida está a punto de comenzar. Volamos en un vuelo real, sin fantasías ni cuentos ni metáforas. Creo que será un viaje importante. Quizá doloroso, sufriente y sufrido, aunque también algo me dice que al final, y a diferencia de los otros, resplandecerá el color verde esperanza. Un verdadero viaje.
Es la hora de la CITA. Hemos venido. Cruzamos la pasarela. A mi alrededor se me abre un paisaje bucólico, armonioso y casi contemplativo. El ambiente busca la paz, el silencio. En medio del bosque, entre árboles de muchas especies, se esconde mi nuevo refugio. Me despido del taxista, hombre avezado en estos menesteres, portador de tantas ilusiones, triunfos y fracasos, que en este fugaz tránsito me ha servido al menos de bálsamo calmante que ha puesto algo desosiego a mis latidos.
Descargo mi bagaje e incluso trato de hacerlo con orden. No le dedico mucho tiempo. A fin de cuentas todos estos enseres y afeites poco pesan en comparación con el bulto interior. Y para ese, el gordo, ya habrá días y días de descarga.
Vienen los primeros encuentros profesionales. La doctora cede el testigo a mi socio terapeuta. “Mi socio” –como le llaman aquí-. Fortuna, italiana de nacimiento y acento, me acompaña a mi cuarto y, allí, me requisa todo lo que aún me ata al mundo de allá. Me rebelo en mi interior. Nacen los primeros por qué y los abandono vacíos de respuesta.
Ha sido una montaña rusa, un sube y baja de emociones y sentimientos contradictorios que han agitado mi espíritu sin ninguna tregua. Me acuerdo de mi mujer, la paciente Dulcinea de un hidalgo alocado y soñador por quien tantas noches en vela ha esperado preñada de rabia y de dolor, sin que siquiera su santa paciencia amortiguara los golpes. Y entre espera y espera, su tonto quijote empecinado en matar gigantes cuando de frente sólo había molinos de viento.
A la hora del desayuno ya todos nos conocemos: Mar, Lili, Jorge, Antonio, María, Eugenia, Estefanie y David (los dos de nacionalidad francesa), y un mastondonte ruso de nombre harto complicado que se deja acompañar por un joven, sereno y paciente secretario. Son todos mis hermanos en el convento. Cada uno con su historia y su propia mochila. Algunos han profesado sus votos hace meses. Otros tan sólo hace pocas semanas. Pero a todos ellos les une un objetivo: abrazarse a la vida y ramonear el tiempo de ahora como si el pasado fuese agua del ayer que nunca más volverá.
Pronto me cita Fortuna la socioterapeuta para saber de mis cuitas y andanzas. Comprendo que necesita una fotografía siquiera difuminada de su pupilo. Aprovecho la ocasión para vomitar parte de mi pesada carga.
El caserón principal del “convento” se distribuye en dos plantas. La planta baja sirve como sala de reuniones, salón con televisión, comedor y amplia cocina. Todo pasa por allí. Es nuestra ágora, el lugar de encuentro, de desahogos y largas charlas. Lugar de planes y propósitos, de avituallamiento y alto en el camino. Es nuestro lugar en el mundo, reservado sólo para nosotros. ¡Todo un privilegio! En la planta de arriba se ubican las dependencias de nuestros superiores. El “prior” con sus adjuntos nos miran desde la atalaya y desde allí velan para asegurar el presente y, sobre todo, cimentar con solidez nuestro futuro. Allí subiremos cada día para tener encuentros personales con algunos de ellos. Para poner en orden todo lo revuelto, para empaparse de sus sabios consejos, para sacar a la luz aquello que hace más o menos tiempo hemos enterrado. Aquí acudiremos con la paciencia de Job para que mañana volvamos a volar como las águilas reales, siempre más alto, siempre más lejos.
La tarde va asomando por el bosque. Es hora de liberar y desfogar energía. Antonio me propone batirnos en duelo en la pista de pádel. Le pegamos fuerte a la bola. Como si con rabia quisiéramos soltar todo el mal que causamos y nos causaron. Ha merecido la pena. Antonio y yo nos quedamos exhaustos. Así que, tras el partido, unas ligeras vituallas y el descanso se hace más que obligado.
Se me ha ido mi primer día en CITA. Y la cita, por primera vez en mucho tiempo, ha sido con la VIDA.